lunes, 14 de octubre de 2013

Deformación profesional

Fue la negrita de ese email, o más bien la rojita subrayada. “Último día para apuntarse: 3 de octubre”. Yo, que iba como loca pues ya era la hora de irme a casa, le pregunté a A: “¿Qué día es hoy?”. “Tres de Octubre”, me contestaba sin prestarme atención. Así, rápidamente, casi sin leer, rellené mis datos en la instancia online y poco antes de apagar el ordenador comprobé que me había llegado el email automático con el comprobante de inscripción. Por fin me había llegado la convocatoria de mi ansiado curso de formación y me había apuntado dentro de plazo, ya podía irme a casa tranquila.

No fue hasta tres días después cuando, mirando de refilón la bandeja de entrada, leí: Inscripción al Curso de Contabilidad. ¿Quéeee? ¿Peeeerdona? ¡Pero si yo soy de letras! No era ése el curso en el que me quería inscribir. Volví a mirar el email y me había matriculado en de la línea de abajo. ¿Ahora qué hago?, pensé. ¿Qué le explico yo al director del curso que me ha admitido? ¿Que iba con prisas, que soy una persona caótica y que yo en realidad no quería, oiga? Por unos segundos creo que entré en pánico, pero luego pensé en el destino, en el por qué de las cosas, en probar cosas nuevas y en que el saber no ocupa lugar. El caso es que un curso de formación nunca viene mal, ¿no? Entonces, aunque sólo fuera por ahorrarme la vergüenza de contarle mi vida al organizador, toda valiente decidí lanzarme a la aventura y que fuera lo que Dios quisiera. Ese martes tarde empezaría mi curso.

Seríamos unos veinte en aquella sala, todos con una cara de “he venido obligado, yo en realidad no quería” que se notaba a la legua. Yo, que me lo había tomado con filosofía, me senté, todo animosa y dispuesta a todo, en uno de los ordenadores mejor situados de la sala. Mi gozo en un pozo cuando me di cuenta de que no rulaba la aplicación con la que se suponía que iba a trabajar las siguientes horas de la tarde. No era la única, por lo que el profesor decidió explicar los conceptos básicos haciendo él de modelo mientras nosotros mirábamos la pizarra digital durante tres horas sin descanso.

Al mismo tiempo, esa misma tarde, I hacía un curso de coaching. De esos con tests de personalidad, dinámicas de grupo y cosas chulérrimas y extrañas para conocerse a sí mismo y ser mejor persona y mejor trabajador. Al día siguiente haría otro para emprendedores, sobre cómo montar tu empresa y no morir en el intento. Y qué casualidad, que también ese día, en el facebook, mi amiga M, con el don de la oportunidad, colgaba un corto llamado “¿Bailamos?” sobre una niña y su padre, que la obligaba a estudiar y aprender inglés mientras ella sólo quería bailar. El padre cortarrollos intentaba impedir lo que es inevitable en un niño, las ganas de jugar y sus sueños de ser bailarina, mientras una risa en off denotaba lo equivocados que, como él, están algunos, que piensan que estudiar una “carrera con salidas” es la única opción válida hoy en día. “Estudia lo que te gusta y trabaja en lo que puedas”, me dijeron mis padres, y lo que era una carrera sin supuestamente más salidas que ser profe es lo que me está dando de comer. Que tampoco es la norma entre los de mi promoción desgraciadamente. Por otra parte, también tengo tres amigas bailarinas que nunca han estado en el paro, y mis amigas que lo están tienen estudios, formación extra e idiomas.

Muy complicado todo y mucho me he comido la cabeza con el tema de la formación esta semana. Casi tanto como con mi curso de contabilidad. El segundo día fui más lista y me senté junto a una chica cuyo ordenador funcionaba y además parecía entenderlo todo a la perfección. Yo creo que al final algo estoy aprendiendo y confieso que hubo ratos en los que me lo pasé hasta bien. Efectivamente, adquirir nuevos conocimientos nunca está de más para nadie, esté en el paro o no y que, quién sabe, puede que me sirvan para algo en un futuro. ¿Te hago un presupuesto?

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