lunes, 16 de septiembre de 2013

Mejoras fantásticas


Y por fin, tras una hora y media de siesta imprevista y un bol de helado de cookies and cream, me di cuenta de que había terminado. Tras semanas de locura, de prisas, montañas rusas y amagos de infarto, llegó de repente la calma o quizás hasta un vacío. Como si de un precipicio vertiginoso, con el fondo negro y profundo, se tratara. Reflexioné sobre cómo se me habían pasado los meses de junio y julio, y hasta diría que también todos los otros meses anteriores. Vaya un año loco, trepidante y a full. Supongo entonces que por eso mismo, cuando por fin daba vacaciones, tenía la impresión de que seguía ahogada, de que me había dejado mil cosas sin hacer y que incluso a lo mejor se me estaba olvidando algo muy gordo en lo que no caía. Ahí me di cuenta de que, o estaba enferma, o de verdad necesitaba un descanso, y que desconectar iba a costarme lo suyo.

Levantando entonces la mirada hacia mi alrededor me fijé en mi casa. Igualmente abandonada y desordenada como yo misma, como si alguien hubiera gritado “Fuego” y yo hubiera salido corriendo para nunca más volver, me pedía una renovación, un cambio de aires. Que decía mi horóscopo casualmente que mi verano iba a estar dedicado a mudanzas y mejoras fantásticas, así que me lo tomé al pie de la letra y elaboré un plan de desholline y desaloje de trastos para empezar una nueva vida mejorada. Una alteración del orden de prioridades que empezaría por un cambio en la disposición de los muebles o en una limpieza de armarios. Fuera toda esa energía negativa acumulada, que ya lo dicen los chinos del Feng Shui y los programas americanos esos del Divinity. Y estar conmigo misma, en silencio, y dejar de escribir un tiempo, que quizá sería lo que más me costaría.

Fuera de Murcia y sin postureos innecesarios en las redes sociales, visité Madrid, Bilbao, las playas de Almería, y sufrí cual castigo monacal el fresquito y la lluvia de Escocia durante dos semanas. Una vez de vuelta en nuestra tierra, el verano del amor y del calor me daba la bienvenida a casa. Fueron muchas las noches de insomnio, de mosquitos y repelentes tropicales apestosos, hasta de un gato atrapado en el patio de luces y de noches de paseos bajo la luna. También hubo quedadas con amigos, playas, piscinas y conciertos, que bien disfruté de algunos en Cartagena y otros en la Plaza Romea, donde las abuelas se convertían en las más fervientes groupies cuando el líder de la banda les dedicaba temazos y besos.

Finalmente, la vuelta al cole y a la vida real llegaron un lunes horrendo que amenazaba con convertirse en un vertigazo de esos míos. Pero no fue así, pues nunca hay precipicios en septiembre.

La Feria evita todo tipo de malos humores, con sus huertos, su Fica y su olor a fritanga. También las bandejicas de la feria gastronómica, y los copazos en el campamento moro. Vuelven los aperitivos en la Plaza de las Flores, los desfiles callejeros y la agenda se me vuelve a llenar de eventos... a los que estoy volviendo poco a poco. Abren nuevos bares, nuevos restaurantes y se lanzan nuevos conceptos, y parece que Murcia también ha obtenido mejoras fantásticas.

Yo sólo necesitaba descansar, pero nunca dije que se tratara de un descanso eterno. (De hecho nunca dije nada, que menudo mutis por el foro más guapo). Ni he dejado de escribir ni he matado a ningún personaje. Solo necesitaba respirar, dormir, recobrar fuerzas, recopilar historias y cargar pilas para este súper año que sé que ahora comienza. Tenía que volver, y más hoy cuando coincido de nuevo junto a mi querido Yayo Delgado. Vuelvo pues, desde hoy, a re-conectarme, que tengo muchas cosas que contaros.

1 comentario:

cuarentona dijo...

¡Buf, ya era hora!, que volvieras, digo!!