martes, 19 de marzo de 2013

La invitada perfecta



Estaba empezando a ponerme nerviosa. Porque sí, de siempre he sido muy de dejarme las cosas para el último momento y de, a la vez, poner a la gente a mi alrededor histérica. Yo digo que trabajo mejor con presión y que, si puedes hacer algo mañana, también lo puedes dejar para pasado. Esta vez, sin embargo, la situación estaba alcanzando niveles críticos tales, que hasta a mí me empezaban a quitar el sueño. A dos semanas de la boda de mi amiga B yo no tenía vestido ni nada que se le pareciese. 

Precisamente, aunque por otros motivos, esa mañana había quedado a desayunar en el Vox Populi con mi amiga A, que es personal shopper. Tras hablar de nuestras cosas, no tuve más remedio que aprovecharme de su nobleza y soltarle, así de refilón, como la que no quiere la cosa, que me dijera dónde encontrar un vestido de boda bueno, bonito y barato y sobre todo, rápido. “¿Qué idea llevas?”. “Pues me gustaría algo clásico, sobrio, colores pastel, ocres o con encaje, oscuro, que no llame mucho la atención, con manguica…” Y ahí estaba yo, intentando ponerme todo lo fashion y técnica que podía, mientras A me miraba esperando a que yo parara de decir tonterías. “Olvídate, tía, nada de eso te va. Tu cara pide colores vivos. Por cierto, ese jersey que llevas no te sienta nada bien”. Y así, de golpe, me apañó, y me pregunté si en la formación de personal shopper habría una asignatura de delicadeza. Sin embargo no me ofendí porque sé que tenía razón y, con las pautas que me dio, me puse en modo búsqueda y captura.

Que si quieres colores vivos, Catalina… pues toma dos tazas. Al día siguiente de mi charla con A, fueron mis amigas y mi madre las que, a través del whatsapp, y junto con la dependienta de la tienda, me ayudaban a elegir entre el azul eléctrico y el verde que te quiero verde. Por mil razones sería este último el elegido. Ya sólo me faltaban los zapatos, la chaqueta, los pendientes, una pulsera, el bolso, las medias y pedir cita en la peluquería.

Sábado a las 12 del mediodía, a cinco horas de la boda, la chica de la zapatería me estaba pidiendo que le marcara el PIN. Llegaba tarde a la pelu, donde pronto les expliqué que mi retraso se trataba de una verdadera urgencia. Una hora después salía de allí con la cabeza llena de trenzas (estas peluqueras que no entienden el concepto “algo sencillico”) dispuesta a comer tranquilamente en casa y empezar, con tiempo, a arreglarme y maquillarme, pues las ojeras de la semana iban a necesitar de un buen enlucido.

Por fin iba bien de tiempo, pensaba mientras me hacía un cafelito a ritmo de Nina Simone, inspirada por esas trenzas. My baby just cares for me cuando de repente… ¡las medias! A dos horas de la boda todavía tendría que correr al único lugar de Murcia abierto. Y empezó a chispear. Y yo con mis trenzas y sin paraguas.

“¿Estás lista? Salgo por ti”, me decía L, que en quince minutos pasaría por mi puerta. Y sorprendentemente, a falta del vestido y los tacones, lo estaba, y con una sonrisa orgullosa cogí el vestido para ponérmelo y, de tanto brío, me cargué el tirante. A media hora de la boda y a punto del infarto, a la McGyver que llevo dentro no se le ocurrió otra cosa que arreglarlo con un clip. Para cuando L tocó el timbre, el tirante estaba en su sitio y yo salía taconeando con garbo hacia la iglesia de San Miguel. O más bien a la zapatería que hay justo antes, porque tanto garbo debió agrandar los zapatos, que de repente parecían una talla más grandes. Tuve que comprarme unas plantillas.

Blanca y radiante iba la novia, y me sonreía mientras leía las peticiones que, por algún milagro bendito, no me olvidé en casa. Si tú supieras, querida B, el desastrico que tienes de amiga.

Acabé contándole a todo el mundo lo del clip, pero no les hablé de la herida que me hizo en la espalda. También del acierto con los zapatos, con los que no duré ni tres bailes.

2 comentarios:

cuarentona dijo...

¡Que interesante!, yo dejo para mañana y tú incluso para pasado....¡Tomo nota!, seguramente si que puedo atrasar aun mas cosas jejeje.
Si es que a las mujeres nos luce ir a la carrerilla y armar un pollo por alguna tontería de última hora, en ese aspecto admiro a los hombres que quince minutos antes de la boda ven que han engordado y no cogen en el traje previsto y se cambian a otro sin ningún tipo de aspavientos, ni por la improvisación, ni por el engorde cosa que a mi me llevaría a los abismos.Una pena no ver los zapatos en la foto, (yo es que me fijo mucho en ellos).

Conch dijo...

Yo en la agenda me dedico a trasladar y trasladar, corta y pega tras corta y pega... ;)

Estoy pensando dedicarle un solo post a los killer shoes. El viernes volví a atreverme con ellos y... fracaso desde el minuto cero! Lo que es no aprender...