domingo, 9 de diciembre de 2012

De vuelta en la ciudad

Será que el mes de noviembre a mí me inspiraba tranquilidad y recogimiento, por no decir angustia vital y depresión profunda. Ugh. En estas últimas semanas me siento como si hubiera sido abatida por el frío, el estrés y la abulia. Las horas que le echara al trabajo parecían insuficientes a la par que interminables, todo lo contrario que las de la luz del sol y el calorcito invernal murciano, que desaparecían en cuanto decidía hacer el ánimo de salir a la calle, aunque fuera a hacer un recado. Que no he estado de humor, vamos, y he preferido quedarme en casa en plan tranqui, almacenando calorías para el invierno. Pero todo eso no se lo iba a contar a R cuando la vi después de mil años en la Capea de Los Felices del pasado 1 de diciembre y me preguntó dónde había estado metida todo este tiempo.

Dos años después acudía al Evento Taurino Flamenco organizado por los toreros murcianos José María Requena y Pepe Moreno. Me empeñé en que esa fuera mi reaparición en los ruedos (sociales, se entiende) y me llevé además a tres amigas novatas en esto de las capeas. K, J y V, menos taurinas que yo aún, decidieron disfrutar del pampaneo, la carne a la brasa y el poco solecico que hacía ese día. No faltaron comentarios sobre los atuendos de las Barbie Capeas y los Ken Camperos, el porte de los toreros, algo innegable, y en especial nos llamaron la atención los pantalones verdes pesqueros de Oscar Higares. No podíamos ser más fan. 

Después de los toros, diez minutos antes de que empezara la barra libre, éstas decían que se iban. “Muchachas, tomaos una y os llevo de vuelta a Murcia”. Tres horas después, V concluía que Higares era demasiado moreno para ella, K se pedía al DJ para su boda, J afirmaba que se lo había bailado todo y yo daba por inaugurada la temporada de fiestas de invierno.

 
















Y como tal, la siguiente fiesta no tardaría en llegar. Un nuevo concepto de local llegaba a la ciudad y me invitaron a que lo conociera. One Living Bar, en pleno Juan Carlos I abría sus puertas el pasado miércoles. Presentado como un espacio de exposición artística donde tomar una copa o degustar una exquisita cocina internacional, se trata de la terraza más grande Murcia. Un espacio diáfano de tres ambientes, en el que se incluye un “artebar” con una exposición de Flippy, me pareció tan intrigante como osado el que su estreno tuviera lugar en una noche tan fría.

Entre mis cosas y las suyas, a L y a mí se nos hizo muy tarde para llegar, así que nada más entrar, abandoné a mi partenaire a su suerte aprovechando que saludaba a unos amigos. Yo me moría de sed, y de hambre ni os digo. Mientras avanzaba entre el gentío y saludaba a la media Murcia que allí se congregaba, me di cuenta de que efectivamente me había perdido el catering gourmet, el sushi y el jamón, cuyos huesos requetepelados pude ver en una mesa. “Prueba al final de la barra”, me aconsejó la guapa T y hacia allá fui que me faltaba el machete. Por fin llegué al otro extremo del lugar y, como si de un oasis en el desierto se tratara, encontré la solución a todos mis males. Tres fuentes de chocolate de tres tipos se alzaban ante mí, rodeadas de pinchos de fruta, chuches, trozos de gofres y donuts. Ésa sería mi cena y, precisamente junto a los hermanos Fuentes (qué cosas), probaría todas las combinaciones posibles de aquel vicio azucarado, mientras mis amigos flacos hacían el chorra en el photocall.

Antes de empezar a arrepentirme, decidí reencontrarme con mi abandonado L, que departía con una pelirroja estupenda. “Pues sí, no tomo hidratos después de las 6”, le decía la chica mientras yo me relamía el chocolate de los labios y repasaba los restos de gofre de mis dientes. “Pues a ver cómo te organizas con las cenas de Navidad, mona”, pensé. “Vente, L, que tengo que enseñarte una cosa al final de la barra”. Definitivamente el mes de diciembre es otra cosa. Definitivamente, estoy de vuelta en la ciudad.


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